Sobre Lolita de Nabokov
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Lolita es un thriller al revés (desde el principio se conoce al asesino pero no a la víctima), un baedeker sentimental por los 48 estados unidos, una reflexión en torno al poder confesional de la literatura (las emociones de un ser deleznable), un alegato sobre las posibilidades estéticas del crimen ("siempre se puede contar con un asesino para lograr una prosa atractiva"), una parodia sobre la parodia, pero sobre todo, Lolita representa la construcción de un arquetipo. En su decimosegunda novela, Vladimir Nabokov trazó un personaje tan emblemático como Werther, Don Juan, Hamlet, Fausto, Emma Bovary o Tirano Banderas. Ajeno a los temas ampulosos, creó un mito improbable: una niña caprichosa, de calcetines sucios, con una inolvidable cicatriz en el tobillo, dejada por un patinador; una "consumidora ideal", siempre dispuesta a mascar el chicle mejor publicitado, que al ver el zapato de una víctima en un accidente automovilístico comenta con frialdad mercantil: "ése era exactamente el mocasín que quise describirle al empleado de aquella tienda"; una mezcla de madurez a destiempo e inocencia vulnerada; una vampiresa accidental, a punto de regresar a su condición de niña solitaria; una tenista veleidosa, que arriesga más en su segundo saque; una experta en bailar con un aro en la cintura; una conocedora de todo lo que le gusta y le duele a los mayores; una tirana del deseo incapaz de beneficiarse de sus poderes; la más irregular de las musas:
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas[...] En las mañanas era Lo, sencillamente Lo. Un metro cuarenta y ocho de estatura, con pies descalzos. Loly con pantalones; Dolly en la escuela; Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos siempre fue Lolita.
La novela es la autobiografía que Humbert Humbert escribió antes de morir para justificar (o al menos explicar) un crimen. El culpable busca un segundo juicio y se dirige a sus lectores como "damas y caballeros del jurado". A los 42 años, Humbert es un neurótico de probada veteranía. En su relato, alterna la primera persona con la tercera y se convierte en personaje y aun en fantasma de sí mismo. La tercera persona le sirve como adecuada careta social ("Humbert hacía todo lo posible por ser bueno") o como teatro de los puntos de vista ("Humbert el Terrible deliberó con Humbert el pequeño"). El único interés continuo de este narrador escindido son las ilegales nínfulas, ciertas niñas de doce o trece años que enloquecen a los cazadores arriesgados y dóciles.
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Extraído del texto de Juan Villoro.
Editorial Anagrama
ISBN: 84-934674-1-3
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